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14.12.2015
Queridos amigos y compañeros del Taller Casares
Hoy hemos despedido a Alfredo Casares en la Recoleta. Además de sus familiares, estuvimos allí varios arquitectos, antiguos alumnos, ex consejeros y docentes. Alfredo (h) me había pedido que dirigiera unas palabras y así lo hice, lo más breve y menos quebrado que pude; después algunos me pidieron que tratara de recordarlas y escribirlas. Como comprenderán eso es casi imposible, pero lo intentaré porque creo que será una manera de sumarme a los muchos mensajes que estamos emitiendo y recibiendo sobre Alfredo padre. Y digo bien ´padre´ porque Alfredo lo fue así para mí en varios aspectos de mi formación y mi arquitectura.
Conocí a Alfredo y Cacha, su tan adorada mujer, desde muy chico, ya que eran amigos de mis padres. Recuerdo que a los seis o siete años, mientras estaba tratando de copiar una plantita, Alfredo me dio unas indicaciones de cómo proporcionarla y sombrearla; quizás allí estuvo el casi olvidado principio de un largo camino que años más tarde me llevó a inscribirme en Arquitectura y a cursar los cinco años de su taller, a empezar como dibujante en su estudio en los primeros sesenta hasta llegar a asociado en los setenta, a ser ayudante y luego adjunto en su cátedra de Diseño, y -mucho después, y hasta hoy- a seguir sus pasos como miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes. Casi caminando en sus propias huellas, ensanchando el surco con su ejemplo.
Si hay una palabra, un concepto que define bien a Alfredo es el de MAESTRO, así, con mayúsculas. Más allá de las formas y las técnicas -o más bien antes que ellas, dando razón y sentido al proyecto- insistía sobre la necesaria vocación de servicio del arquitecto, una ACTITUD que privilegiaba la ética sobre la estética, la contundencia (palabra que solía emplear bastante para indicar coherencia entre idea, función y forma) sobre la gratuidad de la imagen. Por eso insistía tanto en que "antes que ser un buen arquitecto es menester ser buena persona", y por eso es que trataba de infundir un espíritu de camaradería y de amistad entre todos los integrantes del taller, docentes y alumnos (recordemos los viajes a Balcarce y otros sitios, donde la excusa de visitar el emplazamiento de los proyectos servía para cimentar ese clima que -charlas, excursiones, asados y sobremesas mediante- fue una ´marca registrada´ para los que tuvimos la oportunidad de vivirlo. Recordemos también cómo en la rutina diaria de lunes, miércoles y viernes, allá en el piso alto de ´Siberia´, en la vieja sede de Perú donde nos congelábamos en invierno y nos derretíamos a partir de octubre, esperábamos cada crítica de Casares con la seguridad de asistir no sólo a un profundo análisis de arquitectura sino también a una lección magistral sobre cómo usar el bisturí de la crítica más severa con la precisión de un cirujano pero también con la delicadeza de un diplomático y oportunos toques de buen humor.
La despedida dolorosa que hoy nos entristece coincide, sin duda, con la gozosa bienvenida que debe estar recibiendo en otros espacios. Liberado finalmente de un cuerpo que lo tuvo a maltraer durante los últimos años de su vida, Alfredo Casares es ahora puro espíritu. Espero que para mí y para todos los que lo conocimos y estuvimos cerca suyo, su ejemplo y su recuerdo nos sigan iluminando.
Con buenos deseos para todos en esta próxima Navidad y para el año que se inicia, los saludo cordialmente
Alberto Bellucci
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