04.11.2024
03.11.2014
El oficio de Tony Díaz
Cuenta Martha Levisman:
Tony había sido mi alumno en el taller de Wladimiro Acosta, allí nos conocimos y compartimos investigaciones interdisciplinarias sobre Hábitat. Compartimos también la experiencia de “La Escuelita”, que vino a ser un espacio de enseñanza alternativa a la facultad de arquitectura durante los oscuros años de la dictadura. En el segundo piso del edificio de Bolívar, alquilado por los arquitectos Vignoly, Solsona, Díaz, Liernur, Leston y Katzenstein, se alojaron provisoriamente los documentos de las obras de Bustillo, que habían estado en la baulera del palacio Devoto; y fue allí, en la propia Escuelita, donde hicimos la primera exposición usando las mesas de dibujo como paneles.
En mi condición de alumna de Tony, me inicié en el análisis de la obra de Bustillo, con la casa de Victoria Ocampo, clásica y moderna. Corrían los años ’70; Alejandro Bustillo, en su aislada vejez, me había hecho el honor de entregarme sus documentos en custodia. Los dibujos en mis manos parecían relatos ilustrados de la historia Argentina, coloreados o a mano levantada con lápiz negro; los grandes pliegos técnicos estaban allí a la espera de ser desentrañados, comprendidos e interpretados. ¿Preservados y difundidos? No sabíamos, no había reglas.
Lo verdaderamente inédito, salido de la imaginación de Tony en el universo de la Arquitectura, fue la iniciativa de destinar cuatro alumnos del Taller de Diseño IV que él conducía, a la creación del primer equipo de archivistas de Arquitectura Argentina. No existía experiencia en la materia.
María José Eyras, Virginia Espina, Alberto Campolongui y Gustavo Aloy fueron los elegidos para registrar sistemáticamente los datos de las obras. Esto permitiría entonces volver a pensar el significado de la arquitectura de este gran constructor que, rechazado por sus colegas modernos por su reiterado neoclasicismo, había esparcido en todo nuestro territorio la diversidad de sus imágenes.
Cuenta María José Eyras:
Cuando estudiaba en la FADU, después de un par de experiencias, yo aún buscaba “la cátedra” de Diseño afín a mis expectativas. La arquitectura de Tony Díaz me había llamado la atención. Recuerdo la curiosa imagen del proyecto de un balneario en Pinamar: dos austeros paralelepípedos techados a aguas. Cuando decidí cursar Diseño IV con él, al poco tiempo nos anunció un trabajo que reemplazaría a una de las materias electivas del plan de estudios. Presentó entonces varias propuestas, entre ellas la de colaborar con la arquitecta Martha Levisman en el inventario de los planos de Bustillo.
Los planos de Bustillo se encontraban en el antiguo estudio de Martha de la calle Uriburu. Se trataba de un lote de carpetones enormes, cargados de dibujos. Junto a mis compañeros, admiramos con asombro la precisión de los detalles de boiseries y cielorrasos, las innumerables plantas, cortes y perspectivas, los croquis y bocetos que no cesaban de aparecer ilustrando cada proyecto. Incrédulos, nos inclinábamos sobre esos dibujos. Parecía imposible que las fachadas estuvieran hechas simplemente a lápiz. La misma herramienta que en nuestras manos era un tosco cincel, en las del dibujante francés –artífice de las láminas– se convertía en exquisito plumín. Tableros de puertas y portones, arabescos de la herrería, texturas de las maderas, hasta la tipografía alcanzaba la perfección. Las sombras, finas líneas una junto a otra, creaban efectos fotográficos de volumen y realidad. Era desolador comparar mis propios trazos “peludos” de principiante con los de aquel artista.
En tiempos de la tendenza, de la divulgación de la obra de Aldo Rossi, aquella tarea de inventariar planos me enfrentó por primera vez a una cuestión que plantea en forma permanente el mundo de las artes: la tensión entre ornamento y despojo.
A fines de 1984, a la espera de un sitio donde ser archivados, los planos de Bustillo fueron trasladados a grandes planeras que Martha destinó a su resguardo. Se había iniciado una experiencia crítica esencial en la interpretación de obras de arquitectura. Comenzaba un recorrido necesario para lograr que este valioso material se preservara para las generaciones futuras.
Me reencontré con Martha en los jardines de la casa Victoria Ocampo, en ocasión de la presentación de su libro “Bustillo, Un proyecto de arquitectura nacional”.
Vuelve Martha Levisman:
La experiencia crítica de esas primeras jornadas de trabajo impulsadas por Tony Díaz, y el descubrimiento que significó tener entre manos aquellos dibujos, generó el interés por el resguardo y la indagación hacia los documentos originales de arquitectura y diseño y produjo dos libros sobre la obra de Bustillo y un tercero dedicado al Diseño y Producción de mobiliario argentino (1930–1970) en proceso de edición.