04.11.2024
01.10.2014
Moderna Buenos Aires
por Berto González Montaner
Hay una arquitectura por la que se distingue Buenos Aires en el mundo. Esa no es ni la de sus majestuosos palacios Beaux Arts, que tanto nos enorgullecen, ni de lo poco que queda de la colonial, ni por sus curiosos y exóticos exponentes Art Nouveau.
Beaux Art, se sabe, hay en todos lados. Sin ir más lejos, toda ciudad latinoamericana cuando quiso sacar pecho y construir los edificios de su institucionalidad, lo hizo en ese estilo. Art Nouveau también hay en muchos lados. Lo verdaderamente original de Buenos Aires es que las distintas versiones de este Arte Nuevo que irrumpió a principios del siglo pasado se dio todo junto en una ciudad. Por ejemplo, en una misma vereda del macrocentro porteño es posible encontrar Art Nouveau belga o francés, Secesión vienesa, Floreale italiano y Modernismo catalán: una mezcla de estilos que disfrutan muchos turistas. Pero si hay una corriente por la que se reconoce a nuestra ciudad en el mundo es por los notables ejemplos pertenecientes al llamado Movimiento Moderno, en especial al Racionalismo.
Buenos Aires tuvo tempranamente en la década del 30 tres notables rascacielos racionalistas: el Edificio Comega (de Joselevich y Douillet), en Corrientes y el Bajo, el Safico (de Walter Moll), en la misma avenida, una cuadras arriba, y el Kavanagh (de Sánchez, Lagos y De la Torre), en Plaza San Martín. Esos edificios blancos, sin molduras y de fuertes líneas geométricas fueron noticia en el mundo por ser de los primeros rascacielos hechos en hormigón armado y por haber incorporado elementos de confort como el aire acondicionado central, la calefacción por agua caliente, ascensores ultra rápidos, trituradoras de basura y, como el Kavanagh, un sistema de telefonía interno con servicio de hotelería.
Sin embargo, como dice la arquitecta Cristina Fernández esta corriente nunca fue suficientemente valorada...