MODERNA BUENOS AIRES
un programa

16.10.2014

Tony Díaz: tributos

La muerte de Tony Díaz en Madrid, el pasado viernes 26 de septiembre, nos sorprendió a muchos de sus amigos en la mitad de algo que estábamos haciendo o planeando con él, una conversación por mail, un comentario sobre proyectos o escritos, un viaje de visita. La muerte nos dejó de repente con ese otro lado vacío, sin ese interlocutor extraordinario que era Tony. Y seguramente por la distancia –como dicen varios de los amigos que escriben aquí–, por estar habituados a una amistad hecha de cartas y encuentros esporádicos, pero también de memorias y proyectos, esta ausencia es tanto más irreal. Para exorcizar esa irrealidad, para compartir la desazón y tratar de salir del estado de parálisis, se nos ocurrió este primer homenaje, en el que algunos de sus amigos, colegas más cercanos o discípulos decimos algo de Tony en un breve párrafo. Sabemos por cierto que hay muchos más amigos que querrían y deberían haber participado (a pesar de haber sido siempre tan franco y directo, o quizás por eso, Tony es una de las figuras más queridas entre nosotros), y pedimos disculpas por no haber podido llegar a todos. Pero sabemos que va a haber otros homenajes, y otras maneras de recordarlo. La obra de Tony –como también se confirma en varios de estos textos– sigue muy viva, y es una cantera prodigiosa de nuevas formas de recordarlo, pensar y dialogar con él a lo largo del tiempo. Por ahora, va sencillamente este primer relevamiento, esta primera forma de memoria colectiva. G.S. y A.G.


Escriben: Elisa Cohen / Chapi D’Angelo / Gaby Feld / Myriam Goluboff / Adrián Gorelik / Luis Ibarlucía / Polo Jaimes / Pancho Liernur / Roberto Lombardi / Pirincho Lopatín / Rodolfo Machado / Isabel Martínez de San Vicente y Manuel Fernández de Luco / Ciro Najle / Pablo Pschepiurca / Carlos Rabinovich / Graciela Silvestri / Jorge Silvetti / Jujo Solsona


Texto de Jujo Solsona para Tony Díaz


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Elisa Cohen
Hace aproximadamente 50 años, íbamos un verano de vacaciones a Pinamar, Marusha y Tony, Pirincho y yo. Era la antigua ruta 2. Hacía calor, teníamos las ventanillas abiertas. Y en eso escuchamos un TILIN-TILIN. Era un carrito de ventas de helado. Tony y yo a los gritos le pedimos a Pirincho que pare el auto. Y nos compramos un riquísimo palito helado de chocolate. Tony querido, siempre estarás en mi corazón. 

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Chapi D’Angelo
Miro una blanca pared de mi Estudio, donde está pegado un “dibujito” de Tony, bastante grande por cierto… con muchos arbolitos verdes todo hecho a “marcadores”: setiembre de 2009.
Quisiera transmitir mi mirada, no tanto de su trayectoria profesional, sino como pinceladas de afecto que me vienen a la memoria, sin orden, sin jerarquías. Cómo los paseos por Madrid, Segovia, el Palacio de San Ildefonso, Fenosa. Nuestros encuentros en Buenos Aires, su última visita al Barrio Los Andes, la Academia. De la presencia permanente de Marusha.
Nuestro pasado común en el Nacional Buenos Aires fue una marca de origen. Tony venía de Mataderos, yo de Floresta.
Entré a trabajar en BDELV en 1974, hace 40 años. Nos conocimos en esa época, compartimos trabajos y siempre, de una forma u otra, conservamos una fuerte ligazón. Nuestros años de sociedad en la oficina de Diagonal Norte con amigos como Luis, Gaby y Gustavo fueron una etapa de alegría en mi vida. Con las charlas con su padre y la relación de porteños con mucha sintonía que tuvimos con Geno Díaz. 
Me decía no hace tanto, generoso como siempre: “Me alegra que te haya gustado el reportaje (en ARQ). Todo se hizo muy ‘a lo que iba saliendo’ así
que lo que dije, lo dije de ‘corazón’ [...] como mencionarte a vos que fuiste muy importante en mi vida profesional o, al menos, en momentos fundamentales de ella”.
Tony siempre fue un referente para ver las cosas con ángulo abierto, para revisar ideas, conceptos y contenidos, para saber ver la ciudad, para hablar de política en serio. Compartimos algo tan poco profesional y tan argentino como ser “fanas” de River.
He perdido un interlocutor importante.
Días pasados le decía a Polo: la distancia confunde. Creo que por eso siento que Tony sigue en Madrid, que pronto nos veremos, que seguiremos con nuestros habituales mails. Y no me gusta usar la palabra recuerdo. 
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Gabriel Feld
Hace un par de días estaba parado en la Piazzetta Pascoli de Matera tratando de entender la fachada del Palazzo Lanfranchi, cuando me descubrí pensando: “le tengo que escribir a Tony, todo esto le va a interesar…”. De golpe me di cuenta de que ya no le puedo escribir, y se me empezaron a humedecer los ojos. Es que fueron muchos años de escribirle cuando veía algo interesante. Podía ser una calle de edificios reconstruidos en Dresden o unas casas de chapa en Berisso. Le mandaba unas líneas, una postal, un email, alguna imagen, y así empezábamos una de nuestras tantas conversaciones sobre arquitectura, ciudad y cultura. No es que el Palazzo Lanfranchi sea un pináculo de la historia, pero combina un gran claustro con una pequeña iglesia preexistente sin la menor articulación, así, todo pegoteado, armando un volumen regular y compacto que define el lado angosto de una plaza triangular alargadísima. Todo esto le gustaba mucho a Tony, soluciones directas a problemas de la arquitectura y del espacio urbano, donde las cosas están más puestas que compuestas, sin particular refinamiento pero con enorme precisión. Ahora el Palazzo Lanfranchi es un museo y hay una fantástica exposición sobre Pasolini, celebrando los cincuenta años de “El Evangelio según San Mateo”, filmada en Matera. Me parece que eso también le hubiera interesado, cosas de la cultura y el arte que compartimos por casi cuatro décadas y que fueron centrales en mi formación y en mi vida. Me temo que a pesar de su fallecimiento, yo voy a seguir teniendo estas conversaciones con Tony.
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Myriam Goluboff
Quizás me alcancen los dedos de una mano para contar las veces que estuve con Tony en los últimos 39 años. Sin embargo, siempre lo sentí como un ser cercano y entrañable y todavía no he podido asimilar el hecho inequívoco de su desaparición.  Nunca podré olvidar cómo miraba con esa expresión tan suya, en la que era inevitable leer un profundo afecto a todos, a la vida. 
El año pasado recibí dos correos suyos.  Uno, con el  video de una entrevista donde recordaba haber sido alumno de  Mario (Soto), mi compañero de vida,  en 1ro y 2do año y el otro, con su discurso de entrada a la Academia de las Artes, aquí, en España.
La entrevista: Su punto de partida. Nos muestra el cómo de su formación, y el por qué de una generación especial, la suya.  Evoca una infancia feliz en la casa chorizo donde jugaba a armar construcciones con su hermano y en la escuela del barrio. Luego su ingreso en el Colegio Nacional Buenos Aires y, más tarde, sus descubrimientos en esa Facultad de ambiente irrepetible, donde encontró profesores de alto nivel profesional y conceptual y gran sensibilidad social.
Allí conocí a Tony. Los dos cursábamos Proyectos V en el taller Borthagaray. Su grupo se arremolinaba frente a la mesa de Jujo (Solsona) para quien desarrolló un gran  proyecto de viviendas en clave Metabolista, en una manzana libre de Av. Las Heras. 
El discurso: El punto de llegada, una profunda preocupación por el sentido de “La arquitectura como problema“, título de la ponencia. “La arquitectura que no es, como parece, el lugar de las soluciones…” “La arquitectura como parte de la dinámica de un mundo en permanente y acelerado cambio” “Cuando las cosas gustan, es porque se atraviesa felizmente por la experiencia de la resonancia temporal” que es “la síntesis del tiempo, de las semióticas, de los afectos, de las fuerzas…es el tiempo de la vida en un solo acto.”
Palabras y texto que expresan su sensibilidad al cambio profundo desarrollado en la  forma de ocupación del territorio, en la cultura y en la técnica desde aquel año 62 en que habíamos coincidido.
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Adrián Gorelik
Para mí Tony fue siempre la ciudad, más que la arquitectura. Su voluntad tipológica, su gusto por lo anónimo y popular, su apuesta por el realismo (con esa visión refinada que no descansaba en la existencia tranquilizadora de lo dado, sino que apostaba a sumergirse en su turbulencia “desdeñando –como pidió Saer– la actitud ingenua que consiste en saber de antemano cómo esa realidad está hecha”), su pasión por las ideas y su idea concomitante del arquitecto como intelectual (o, mejor, como “moralista público”), en fin, su sensibilidad de izquierda… Todos esos atributos que hacían de Tony una figura única en la arquitectura argentina, encontraron siempre su mejor formulación en un horizonte urbano. Así, aunque hablara de un detalle arquitectónico (y cómo disfrutaba con algunos detalles), sus ideas en seguida rebalsaban a la ciudad. Por eso creo que uno de sus aportes principales radica en su visión de Buenos Aires. En primerísimo lugar, en su redescubrimiento de la manzana, esa bête noire del pensamiento moderno porteño hasta que Tony, desde los años de La Escuelita, la reveló como un fundamento histórico-cultural y como una pieza maestra de racionalidad urbana. Es un descubrimiento que dice mucho de Buenos Aires, pero también del modo en que Tony razonaba: la manzana le ofreció un modelo flexible y al mismo tiempo riguroso, que permite todo tipo de especulación teórica pero a partir de una realidad palpable, naturalizada como quintaesencia de la ciudad. Forma única de una cultura urbana reconocible a simple vista y, por eso mismo, soporte de un espacio público democrático: el tan repudiado amanzanamiento se convirtió gracias a Tony –como en uno de esos actos de prestidigitación característicos de los artistas de genio, que por el mero efecto de una nueva mirada son capaces de volver extraordinario lo habitual– en clave para pensar el pasado, el presente y el futuro de Buenos Aires. 
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Luis Ibarlucía
Tuve la suerte de que Tony Díaz se cruzara por mi vida allá por 1978. Desde entonces, y hasta que se fue a España diez años más tarde, lo acompañé en todos sus proyectos tanto académicos como profesionales. Fue una experiencia magnífica que marcó totalmente mi vida. Tony tuvo siempre un pensamiento distinto (alternativo). Desde “La Escuelita” investigó y puso a prueba sus ideas, confrontándolas con las de sus contemporáneos. En la Facultad de Arquitectura, su cátedra era novedosa: enseñábamos a partir del estudio de la realidad construida, haciendo relevamientos, aprendiendo de la arquitectura sin firma y de los maestros locales. Cualquier alumno que estudiara y aumentara su cultura podía llegar a ser un buen arquitecto que contribuyera a construir bien su ciudad. No se apuntaba a buscar un artista genial. 
A Tony no le interesaba “diseñar” en el sentido común de la palabra como un enfoque puramente estético, le interesaba hacer Arquitectura siempre coherente con sus ideas bien fundamentadas, con raíz en sus gustos y su cultura urbana: una selección de proyectos, obras y ciudades que conocía y defendía como la base sobre la que trabajaba. Buenos Aires y sus barrios fueron su obsesión. 
Hemos perdido un gran arquitecto, que se reconocerá más profundamente con el tiempo. Espero que sus ideas y enseñanzas a partir de ahora se divulguen más. Hemos perdido una gran persona, y en mi caso, he perdido también un amigo y referente insustituible. 
(Publicado en ARQ, suplemento de arquitectura de Clarín, 7/10/2014.)
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Polo Jaimes
Para una arquitectura lo menos falsa posible
Tony Díaz ha sido uno de los muy pocos arquitectos argentinos (no sólo de su generación, y seguramente no sólo de la Argentina) poseedores de un programa comprehensivo y consistente para interrogar, con voluntad operativa, todo nuestro campo de trabajo, al que cada vez menos le gustaba llamar disciplina.
Pasando revista a sus tareas de los últimos dos años, una interpretación posible es que deseaba dejar bien formulada la versión más presente de ese programa. Como suele ocurrir con los grandes, interpretar exactamente esta formulación no resulta tan fácil: se compone de escritos, un proyecto para Buenos Aires, declaraciones, dibujos y conversaciones. Lo que para mí es seguro (aunque, que yo sepa, nunca lo expresó de esta manera) es que intentaba cumplir la premisa maffesoliana de encontrar palabras lo menos falsas posible para una arquitectura capaz de relacionarse con unas condiciones contemporáneas que desafían las bases de nuestra posición cultural.
Para esta tarea, su escrito La Arquitectura después de la Metrópolis es seguramente el mejor punto de partida. Sus treinta y un planteos y su adenda, tan centrados en su tono y tan atentos a lo cambiante de nuestra situación, parecen tener aún mucho por informar a nuestro trabajo.
Más allá de valorar su trayectoria pasada, creo que hoy lo más importante acerca de Tony Díaz es intentar continuar con nuevos proyectos y nuevas teorías la interpretación de ese programa y esa consistencia, tal como se dirigen al presente y al futuro; y reformularlos, como seguramente resultará necesario, conforme se avanza en estas nuevas traducciones operativas. 
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Pancho Liernur     
Conservo sus cartas escritas a mano. Cuando todos ya habíamos incluso abandonado las Olivetti Lettera para pasarnos a las computadoras y el e-mail, Tony persistía en hacernos llegar mensajes de papel con sus trazos de tinta azul. 
Nos queríamos y respetábamos desde que nos conocimos, en buena medida, supongo, porque compartíamos amores: la arquitectura, la razón, la historia, el rigor, el pensamiento de Marx, la vida austera. Pero nuestras respectivas timideces y nuestra tendencia a la introspección hacían que, aunque además de la arquitectura y la política incluían charlas sobre la salud o los hijos, nuestros encuentros (el último hace exactamente un año en Madrid) fueran tan entrañables como discretos. 
Paradójicamente esas cartas no solo me traían sus noticias y sus reflexiones sino que eran en sí mismas una forma de abrazo, una manera de decirnos –yo no era el único en recibirlas– que no quería limitar su acercamiento a las ideas sino poner de algún modo un poco de él mismo en ellas. 
En la forma de sus cartas e incluso en solo hecho de que las escribiera estaba Tony. Su preferencia por la materialidad, por empezar. Pero también, en su condición manuscrita, su pensamiento acerca de la tecnología. Su arquitectura había procurado reaccionar ante la celebración de las novedades en ese campo que había caracterizado los años sesenta. Suyo era asimismo el tenaz persistir en lo que parecía una costumbre anacrónica. Porque la tenacidad era un rasgo de su modo de concebir la profesión: como disciplina en todos los sentidos, y entre ellos el de la condición necesaria para  recorrer un largo camino de búsqueda coherente y sostenida.
Afortunadamente tengo esas cartas y contamos con su obra construida y escrita. Pero el alma  inefable y ligera cuyos destellos se filtraban en su mirada y su sonrisa está ahora solo en quienes pudimos disfrutarla. Dependerá de nosotros mantenerla tan vibrante como lo era mientras nos fortalecía con su presencia. 
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Roberto Lombardi
Relevamiento
Extrañaremos a Tony Díaz, pero nos seguirá acompañando. Ha sido capaz de dejar influencias duraderas e intensas, especialmente a través de lo que podría creerse menos perdurable de la obra de un arquitecto: las palabras dichas, las actitudes para comprometerse, concebir y convocar al trabajo, las formas de hacerlo. No es casual: la pasión por la arquitectura que nos transmitió a quienes fuimos sus estudiantes en la cátedra que fundó y dirigió entre 1984 y 1988 en la FADU de la Universidad de Buenos Aires se fundaba en la valorización de la disciplina como un campo de conocimiento especialmente cultural, heredero de procedimientos muy concretos, pero comprometido intensamente con lo socialmente urbano asentado en las formas de habitar y de construir. Su énfasis en el relevamiento y los estudios tipológicos como modo específico de redescubrir y recrear la arquitectura de la ciudad abrió un debate claro sobre el muy relativo valor del paradigma grandilocuente y gestual de la Escuela de Buenos Aires y permitió construir escenarios concretos, imprescindibles entonces y ahora, para trabajar sobre problemas como la pertinencia y lo local, lo genérico y lo singular, la tradición y la transformación, la repetición y la creatividad -entre otros-, que se mantendrán activos, de muchas formas, por mucho tiempo.
(Publicado en ARQ, suplemento de arquitectura de Clarín, 7/10/2014.)
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Pirincho Lopatin
Tony el intelectual, un soldado implacable de su pensamiento, un amigo incondicional desde Miramar cuando teníamos 15, una parte mía que no está más, fue un privilegio vivir esta vida juntos.
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Rodolfo Machado 
…escribo esta nota en la habitación donde tuvimos la última conversación cara a cara con Tony (es el comedor de nuestra casa en Wellfleet, donde pasamos con él y Marusha unos días muy agradables hace dos veranos). Este detalle espacial tan casual confiere a estas líneas un sentido de continuidad entre lo que fue “dialogar con Tony” y este ahora triste “escribir sobre Tony”. Como últimamente nos veíamos tan poco, recuerdo que a veces comenzábamos a conversar diciendo “como estábamos diciendo”… un estrategia coloquial  amanerada y útil para hacer desaparecer el tiempo transcurrido entre charlas y reafirmar así la continuidad de nuestro intercambio.  Es por eso entonces que esto comienza con puntos suspensivos. La continuidad le interesaba mucho a Tony: la continuidad del pensamiento occidental por ejemplo, la continuidad de las relaciones importantes en la vida, la continuidad de las ideas fundacionales de la arquitectura, la continuidad de la forma y la cultura urbana.
Quizás esto de la continuidad se deba, o relacione, con otras cualidades características de Tony, tales como su razonada integridad intelectual, la cuidada consistencia personal, la iluminada claridad expositiva, o la rarísima falta de contradicciones… Nunca se interesó en modas, pero sí en la permanencia de un urbanismo justo, en la construcción honesta… estos intereses casi que se “veían” en él… exudaba sus valores… los llevaba puestos. 
Es de mal gusto hacer autobiografía, pero en este caso es imposible no hacerlo: conocí a Tony Díaz en 1963; si bien él era poco mayor que yo, era ya profesor en la cátedra de Borthagaray; me inspiraba respeto, y su rigurosidad un poco de temor. Luego integramos un estudio de arquitectura donde Tony y Jorge Erbin eran las respetadas figuras y nosotros un grupo de muchachos muy dedicados. Allí comenzó la admiración. Nos hicimos verdaderamente amigos cuando yo vivía en París y ellos en Florencia en 1968; los visité un frío invierno donde conversamos por días, sin parar. Seguimos con las visitas a La Escuelita, el intercambio  de escritos o dibujos, las visitas en Madrid y en Buenos Aires… lo normal en la vida de los exiliados. A veces diferíamos en opiniones pero siempre sobre una base de cariñoso respeto. Tony es una figura importante en la Arquitectura Argentina, la suya es una conciencia significativa. No lo olvidemos. Brindo por su vida.
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Isabel Martínez de San Vicente y Manuel Fernández de Luco
Como olvidar el día en que conocimos a Tony…
A fines de la década de los 70, recién llegados de Venecia, participábamos en el montaje de una muestra de arquitectura argentina contemporánea, muestra que la Cancillería archivó y nunca expuso. Tal vez las magníficas fotografías de Leveratto estén embaladas en algún recóndito galpón.
Tony era ya un referente insoslayable de nuestra generación de estudiantes, a través de las publicaciones y de la capacidad didáctica de sus proyectos, pero nunca lo habíamos encontrado personalmente. Esa tarde nos sometió a un prolongado interrogatorio, con esa mezcla de afabilidad, humor ácido y rigor crítico que era su rasgo distintivo. Pasamos el examen, y ese diálogo fue el comienzo de una relación académica y personal que nos marcó para siempre y se renovaba en cada encuentro, hasta hace pocos meses, cuando pasamos una tarde charlando distendidamente en su casa de Paseo de la Habana.
Después fue la Escuelita el episodio que uno de nosotros esperaba ansiosamente todas las semanas para luego regresar a Rosario y comentarlo. El único lugar donde se podía hablar, en esos tiempos oscuros, de la arquitectura como un accionar colectivo, culturalmente comprometido con la ciudad y con su tiempo, y a la vez con el oficio ancestral de construir.
La década de los 80, con la apertura de los concursos en la UBA, nos permitió formar parte del  grupo de adjuntos del casi legendario Taller de Tony Díaz, donde varios miles de alumnos y cerca de doscientos docentes compartimos un espacio de producción intelectual envidiado –y por eso mismo fuertemente atacado. 
El taller no fue un simple lugar donde enseñar. Tony conocía a todos –alumnos y docentes– por su nombre, por su trabajo, por sus capacidades y sus limitaciones. Sabía obtener lo mejor de cada uno, dándole un lugar en ese gran proyecto colectivo. Nos enseñó a todos que la arquitectura no es mera imagen, que se estudia y no se copia, que no se produce para vanagloria de su autor sino para el uso y goce de muchas generaciones. Nos enseñó, en síntesis, a ser arquitectos.
Su alejamiento del país no nos separó nunca del todo. Recordar públicamente nuestra amistad en el  Seminario Internacional de Estudios sobre  “L’architettura della città” en Venecia en el 2011 fue uno de los tantos actos de generosidad que lo honra como el que siempre fue. Un gran maestro, orgulloso de sus alumnos.
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Ciro Najle
Arquitectos, y no meros diseñadores (TD, Relevamientos, Introducción)
Tony Díaz fue mi maestro, y quien me enseñó  a serlo como condición inherente a la arquitectura, como práctica noble. Fue una plataforma conceptual, metodológica, ética, teórica, una estructura de pilares clásicos en una disciplina que, desde su centro, se proyecta edificando al mundo presente mientras edifica mundos futuros. Mi humilde edificio como arquitecto y como intelectual se construyó sobre esos pilares donde la arquitectura es pensamiento y construcción de ideas. El perfil de muchos se nutrió de ese suelo en un proceso históricamente instantáneo, solo posible gracias a su enorme carisma, a sus ideas claras y enigmáticas a la vez. De todos los arquitectos de la historia, me gusta compararlo con Loos. Y es que su valor es tan fundamental como escurridizo. La búsqueda de una condición materialista y no mística de la idea de fundamento en arquitectura es, sin dudas, su mayor contribución a la teoría y a la práctica contemporáneas. Se trata de un amor por lo real como concepto, por lo tangible de la abstracción, por el espíritu arcaico de lo moderno, por lo certero como búsqueda. Tony navegaba esas paradojas y las resolvía con suma naturalidad, dejándolas abiertas. Era un arquitecto generalista en el sentido más específico. Su dogma era un bello edificio, heterodoxo en su ortodoxia, en el que muchos construyen ahora salas y salones, otros decoran paredes, otros repiensan las bases, y otros simplemente gozan, embebidos en su austera y encantadora inteligencia. Tony no temía decir que lo feo era más interesante que lo bello, ni que lo actual había sido siempre así. Tampoco reducía sus palabras e imágenes a clichés estilísticos. Ni se llevaba bien con los neologismos. Y sin embargo no rechazaba nada de eso cuando lo reconocía inteligente. Era dogmático, no cerrado. Inteligente, no obstinado. Sólido, no rígido. Por eso era tan magnético, tan inspirador, tan duradero lo que decía y lo que hacía. Por eso proyectaba influencia casi sin querer. Sus argumentos eran figuras hermosas en un mundo donde todo vale. Sus palabras y sus edificios eran cosas-concepto, sin ser meramente conceptuales. Eran evidencias terrenales. Luego de Tony la arquitectura se sitúa más cercana a la construcción del origen.
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Pablo Pschepiurca
Recuerdo y presencia de Tony Díaz
Me enteré estando fuera del país, con gran vértigo y dolor, que murió Tony Diaz. Lo supe simultáneamente por Carlos Hilguer, por Pancho Liernur, por Marcelo Gizzarelli, por Jorge Mele, lo cual no es de ningún modo casual. En los años 70 muchos tuvimos con él un apasionado intercambio, una fuerte relación. No recuerdo a nadie que, desde la arquitectura, tomara una postura tan decidida y llevara tan adelante el debate y la difusión de ideas como Tony. Desde el estudio, desde los concursos, desde las cátedras, desde La Escuelita, Tony fue un apasionado constructor de imágenes, ideas y debates con una convicción de tendencia que yo jamás había visto en nadie. Quizás los jóvenes, dado que en el 88 se trasladó a Madrid, no lo conozcan o no tengan conciencia del impulso que le dio entre nosotros a la discusión sobre la ciudad, la manzana, la tipología desde una estricta perspectiva rossiana como nadie tuvo en la Argentina. Impulsor de ideas, de publicaciones, de instituciones, de debates, Tony dejó en muchos jóvenes de entonces una marca indeleble y un gran entusiasmo por la arquitectura y la ciudad. Lo disfruté y padecí como maestro, lo frecuenté como discípulo y amigo, me abrió las puertas de La Escuelita siendo aún estudiante, me invitó a realizar con él varias publicaciones, me acercó con generosidad a Aldo Rossi. Con certeza una de las personas clave en mi propia vida intelectual. Acaba de morir Tony dejando en muchos de nosotros una fuerte impronta. Su fervor me genera un recuerdo muy cálido y muy agradecido.
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Carlos Rabinovich
A mí me interesan todos los Tonys. 
El Tony que imita la voz de Wladimiro Acosta mientras corregía a los estudiantes.
El Tony que a los 31 años, empleado en un estudio en Londres, hace dibujitos informales, algo constructivistas, con una Parker con tinta azul, para un centro comercial.
El Tony del estudio grande, el del Auditorio y las propiedades horizontales. 
El que a los 38 años hace un proyecto muy maduro, un pequeño Fun Palace que se convertiría en una montaña verde: su casa en Maschwitz. 
Y el que a los 40, con el Barrio Centenario, da una respuesta muy valiente al tema de la vivienda social. 
El que descubre en Rossi una posición alternativa y se alegra, como éste escribió, con proyectos que “parecen expresar una condición de felicidad“.
El Tony que en la facultad en 1984 nos abre la cabeza, nos hace relevar, proyectar e incluso escribir.
El que para la Bienal de Venecia planta un Fonavi en una ciudad del Véneto, repatriando las casitas de revoque italiano. 
El Tony que se deja llevar por la intuición y que nada contra corriente.
El que a los 50 años decide instalarse en Madrid para recuperar la ilusión.
El Tony enojado con muchas arquitecturas.    
El Tony al que le gusta lo feo.
El Tony fotógrafo de fachadas anónimas en Madrid, Praga y San Petersburgo.
El que me cuenta su interés por Niemeyer (“junta lo racional con una subjetividad colectiva”, decía). 
El que extiende el concepto de analogía mediante el de “resonancia”.
El Tony que transforma a Buenos Aires en un personaje. 
El que antes de morir trabaja en un texto enigmático, al que llama “Arquitectura bastarda”.
No me imagino aún un mundo sin Tony, sin sus análisis y sus críticas.
Las cosas que uno hace, las hace en realidad para un puñado de personas, y sin Tony pierden parte del sentido. 
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Graciela Silvestri
El tema de la obra de Tony Díaz es el Tiempo. Tiempo y arquitectura se titula su último libro, suma de textos, dibujos, fotos, cartas que testimonian su cultivo del arte de la conversación. No un tiempo: muchos tiempos. 
Están los tiempos larguísimos. En nuestro último encuentro en Madrid, comentamos entusiasmados una exposición sobre la Mesopotamia, en donde se exponían ciudades antiquísimas y ladrillos muy parecidos a los que aún usamos. Tony leía en estas piezas arqueológicas las huellas de algo sólido y permanente en la condición humana, rastros de una herencia común. Temía que este vocabulario compartido se perdiera –perdido el pasado, se vive en un eterno presente. 
Más breve era el tiempo de la disciplina: Tony hablaba de la necesaria “resonancia temporal” de proyectos y construcciones: la trataba como una partitura musical. Insistía en la belleza de la repetición interrumpida con una inesperada variación: la austera música de un hacer “sin autor” lo fascinaba. 
Un tercer tiempo, el biográfico. En sus reflexiones no sólo estaba presente una Buenos Aires genérica, sino también Mataderos, su barrio natal –en la lengua compartida y mezclada de la inmigración; en las convicciones “de izquierda” de los hijos de campesinos y desterrados, educados en las aulas públicas. 
Una imagen recurrente en mi memoria es la que presencié desde un colectivo en la calle Coronel Díaz, cuando aún era alumna de la Facultad y Tony no era aún un amigo. Iba solo con una de sus hijas, muy pequeña entonces, y se había detenido para atarle los cordones de las zapatillas. La ternura e intimidad de la escena no condecía con el personaje que yo imaginaba como estrella del campo intelectual. Pero es que la “Humanidad” nunca fue, para Tony, una abstracción: ella sólo podía partir de una realidad hecha de afectos y pasiones. Suele decirse que es largo el camino del intelecto al corazón: en Tony, no existe diferencia. 
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Jorge Silvetti
No puedo imaginar que Tony no esté mas entre nosotros –y digo “imaginar” porque en las últimas décadas nos vimos poco, y sin embargo él es una de las presencias más constantes entre mis referentes, a la que acudo para medir, calibrar y resolver ideas y proyectos. Es así desde que lo conocí en el taller de W. Acosta, dos años más adelantado que yo, y adonde fue modelo intelectual y humano. Sin esa rica cotidianeidad con su persona y sus ideas estoy seguro que hubiera confundido muchas cosas en esos difíciles años de aprendizaje y crecimiento que coincidían con la transformación del país y nuestras vidas –pero teníamos las mismas inclinaciones y su clara manera de pensar, su ética y su generosidad establecieron elocuentes modelos de trabajo y conducta a los que aun me remito. Después de un feliz periodo en el que trabajamos juntos nuestras peripatéticas existencias nos distanciaron pero nunca debilitaron la amistad ni cortaron la comunicación que comenzó así a depender más y más de los medios y de la imaginación. Así continuó siendo hasta nuestros intercambios en estos últimos meses marcados por presentimientos y ansiedades, cuando compartí con él mis proyectos profesionales y académicos más recientes sobre los que pensó y opinó con certera lucidez –como siempre. Ya hacia el final me pidió que le enviase solo imágenes porque le costaba leer y concentrarse.  A pesar de esa señal de gravedad no sentí que perdería nada si él pudiera seguir leyendo imágenes con tanta perspicacia como sabía hacerlo. Y así lo hizo hasta que mi último envío quedó sin respuesta. Entonces, pensando en la práctica sostenida de nuestra amistad y su impronta, tan viejas, tan profundas y tan fuertes, de alguna manera me reanimo y contengo la tristeza: Tony seguirá acompañándome siempre desde la imaginación. 
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Jujo Solsona
Cara de Antonio
Facciones, fracciones de la cara, rasgos con mensajes, facciones con cara de haber tomado partido claramente por algo que no es fácil. Cara con fisonomía de serio, donde el rasgo más saliente es la presencia de la barba afeitada pero que debajo de la piel transparente está siempre presente. Es una sombra en la cara, que no la hace sombría, la hace fuerte. Cara de Antonio, hay que tenerla y llevarla noche y día, hay que poner la cara, hay que hacerle frente a tantas fachadas hechas de papel maché y falsa fantasía, con apariencia de rostros venerables. Cara de Antonio, cortada a la coruña, claramente cortada, perfilada, donde la barba contenida, las cejas rectas y el pelo negro ponen el acento de dureza y clara obstinación bien masculina. El resto, el resto es dulzura, es amistad, es simpatía con los cercanos y desinterés absoluto por los otros, por los de las fisonomías enemigas. Cara de Antonio, que llega con sonrisa de amigo a las reuniones de amigos y sin ninguna sonrisa a las otras reuniones. Cara que viaja en grandes distracciones y se toma distancia y se toma ventaja y vuelve para cerrar las discusiones con las palabras justas que dicen sólo las facciones seguras. Cara de Antonio Díaz, diferente, jugada, intelectualmente intransigente, para los amigos es un placer encontrarla siempre frente a frente.
(Escrito entre los años 1978/1979.)

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